Los soldados a cargo del Capitán Gutiérrez habían sido encomendados para proteger una serie de nacientes estancias que se estaban estableciendo cerca del lugar y que necesitaban la protección del ejército ante la continua amenaza de malones indios.
Mientras avanzaban por el desierto pudieron divisar a lo lejos, detrás de unos médanos una columna de humo que se elevaba hacia el cielo; cuando sucedía esto no era buen augurio; casi siempre se trataba o de ataques indios alguna caravana de carretas con nuevos colonos, o el incendio de algunos pastizales o ranchos un poco más desprotegidos y que eran atacados generalmente por algunos aborígenes rebeldes que no respondían a los caciques centrales que tenían un tratado de paz; que no siempre respetaban, ni de parte de los que venían a colonizar, que invadían un poco más de tierra de la que les correspondía según el trato, ni de parte de los aborígenes que cada tanto robaban algún poblado, saqueándolo o apropiándose de Hacienda y caballada.
Cuando llegaron al lugar vieron que dos carretas habían sido atacadas y encontraron cuatro hombres (gauchos) muertos, que habían sido pasado a degüello por los nativos, ya que como prueba de aquel ataque habían quedado en el lugar algunas lanzas quebradas y algunos puñales rotos...Se nota que el combate había sido feroz porque también en el lugar había dos aborígenes muertos; seguramente; si venían mujeres, habían sido secuestradas por la columna atacante.
De pronto uno de los soldados abrió un cofre que estaba debajo de algunos cueros en una de las carretas y se encontró con un verdadero tesoro, moneda de oro y joyas.
Lo cierto es que al Fortín jamás llegó este cofre ni se tuvo nunca noticia del oro que encontraron y tampoco de la pequeña partida del capitán Gutiérrez que se perdió definitivamente tras el horizonte; quizás buscando nuevos rumbos donde ocultarse y disfrutar de aquel tesoro que ya nadie reclamaría.
Autor con derechos registrados
Omar Salgado
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